lunes, 23 de marzo de 2009

RÉQUIEM POR UN AMIGO

Ingresó en nuestra familia con apenas 3 semanas, y fue el juguete de todos en las vacaciones de ese verano en Tarifa. Intentaba cazar saltamontes, se caía de culo como un bebé cuando está aprendiendo a andar al ladrarle a los gatitos recien nacidos del camping, y lloraba como un bebé porque el viento le molestaba en la playa. No abultaba más que un paquete de azúcar, pero ya dejaba entrever su gran genio puertas afuera, y lo cariñoso que era puertas adentro.

Desde entonces se ganó a pulso convertirse en uno más de nosotros. Un pupas como toda la familia. Hubo que escayolarle 4 veces, le picó un alacrán en el morro y a punto estuvo de irse al otro barrio, mordeduras de otros perros, pinchos que se le metían en las pezuñas, pajas en los oídos…

De carácter indomable y tozudo a más no poder, mordió a una señora vestida de negro en el culo, con lo que descubrimos que era también anticlerical (la confundió con un ensotanado); su mal genio le hizo meterse en muchos líos, de los que por suerte y con no poco esfuerzo tuvimos que sacarle nosotros.

Compañero infatigable de caminatas; siempre dispuesto a ir más allá. Recuerdo una subida a La Hastiala, por una pedriza, donde su escasa talla le dificultaba sobremanera superar las enormes piedras, teniendo que acudir en su ayuda alguna vez. En cada salida él triplicaba la distancia que nosotros recorríamos, porque no paraba quieto de aquí para allá. Sin duda un aventurero atrapado en una vida urbanita.

Haciendo gala de ese sexto sentido que le permitía detectar nuestro estado de ánimo, siempre presto a jugar contigo, a pedirte una caricia, a poner su cabeza sobre tu rodilla, a escucharte… Cuando nos quedábamos sólos en casa y le dejaba dormir en mi habitación, por la mañana me despertaba poniendo la cabeza en la almohada.

Siempre compañero salvájemente fiel, capaz de enfrentarse a quien fuese o a lo que fuese, si detectaba una amenaza para cualquiera de nosotros.

Le gustaba la fruta y los yogures de chocolate.Se escondía cuando lo íbamos a bañar, pero se ponía loco de contento después, y le encantaba que jugases con la toalla para secarle. Despreció todos los juguetes “de tienda” que le compramos y le regalamos; nunca quiso aprender al juego de traer la pelota, o el frisby, pero podías estar horas con él guerreándo. Le encantaba nadar, el agua…

Hace unas semanas perdí a un gran amigo. Al final hubimos de ayudarle a despedirse y descansar de sus achaques, porque no quería abandonarnos. Había cumplido casi 16 años y medio: Gran parte de mi vida. Se lleva un trozito de mi alma, pero me deja una montaña de buenos recuerdos.

Gracias por todo amigo. Te voy a echar de menos.

R.I.P.