Hace ya unas semanas (en realidad hace meses ya, a finales de mayo) me propuse una escapada de dos noches con la excusa de hacerles una visita express a Musso y Susana en Pinofranqueado. No disponía de más tiempo y serviría para ir determinando la configuración definitiva del equipo: Dónde llevar qué y cómo, comportamiento según reparto de pesos, etc, etc...
La mala fortuna quiso que cuando llegó la primera noche y me puse a montar el campamento, descubrí que el camelbak se había roto, que tenía la base de la mochila empapada (había pensado que sería sudor al notar la humedad) y que no me quedaba apenas agua para preparar la cena y beber.
Ya había valorado antes, acarrear alguna botella complementaria para no depender exclusivamente de la mochila de hidratación, y este imprevisto me quitó las pocas dudas que me quedaban. Lamentablemente no había manera de solucionarlo en ruta, así que como el tiempo era limitado "volví grupas" y retorné al hogar, acortando a una sola pernocta la excursión. De todas formas el recorrido estaba anegado de agua en muchos de sus
tramos (fué a finales de mayo) y el número de regatos/ríos a cruzar
innumerables, lo que me hubiera impedido recorrer lo planeado en el tiempo previsto, o hacerlo al menos disfrutando y sin prisas.
Por la noche la temperatura descendió de manera considerable, lo que dejó una capa de escarcha en tienda, bici y todo lo que quedó a la intemperie. El ligero saco de plumas de Ferrino, no obstante, cumplió a la perfección y dentro del chalecito Tarptent no pasé ni pizca de frío. Además el día amaneció precioso, soleado y con un cielo azul (lástima de avería).
De los errores también se aprenden, así que parada para tomar un cafecito en Navasfrías y vuelta a casa por carretera.
Una microaventura, como se dice ahora, que me llevó a la convicción de que no hacen falta grandes viajes de muchos kilómetros por países desconocidos para sentirse transportado a otra dimensión.