En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que sólo espera a que regrese la vida.
¿Por qué ha de tener razón la mayoría?
Sólo una minoría está capacitada para hacer descubrimientos científicos. Sólo una pequeña parte de la gente sabe de leyes. Sólo un porcentaje mínimo es capaz de inventar. Genios, en la historia, ha habido muy pocos y, casi siempre, han revolucionado la materia sobre la que estudiaran a base de llevar la contraria a la gran mayoría. Los grandes descubrimientos científicos, por ejemplo, hasta que han sido reconocidos, han contado en general con la desaprobación de toda la comunidad científica; éstos que se supone que saben de qué hablan. ¿Qué habría pasado si, cuando Einstein formuló la Teoría de la Relatividad, se hubiera expuesto a referéndum?¿Por qué no buscar una forma de encontrar a los mejores, a los más honrados, a los más inteligentes, a los más justos y, en general, a los más capacitados para desempeñar tareas tan trascendentales?¿Por qué dejar esa relevante decisión en manos de la mayoría de la gente, de la masa, la cual ya sabemos que cuanto más ignorante, más fácilmente maleable es? Tres países democráticos le han declarado la guerra a un país pobre. La mayoría ha decidido matar hombres, mujeres y niños; esa mayoría ignorante y egoísta que desconoce el Derecho Romano y la Teoría de la Relatividad; esa misma mayoría que hace muchos años creía que la Tierra era plana; esa mayoría con un cielo a medida, construido especialmente para ellos, y un infierno para sus enemigos y para los que piensan de diferente modo.
A don Severino le aturullan las dos personalidades del párroco: la que le trata de usted y la que le tutea. La que le amenaza y la que le aconseja en tono paternal. Dentro de don Laureano hay un "poli bueno" y un "poli malo". Don Laureano es un sacerdote antiguo e ignorante que habla con la doble seguridad que da ser imbécil y cura.
3 comentarios:
!joder!, qué bueno.
Malo si no se cuenta con la mayoria...y peor si se deja en mano de unos pocos....que casi siempre suelen ser los mas "Listillos"...
-Ya te digo Manuel, ya te digo...
-Sistemas perfectos no hay RX, está claro. Pero la democracia que tenemos hoy en día está caduca, a mi entender.
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