Ayer por la tarde, aprovechando que la prevista borrasca no acababa de descargar, salí con la "Gigante" a rodar un rato. Tenía ganas de gastar toda la mala leche acumulada durante la jornada laboral pegándole patadas a los pedales.
Nada más salir, por la carretera que va hacia Valladolid, hay un pequeño repecho, seguido de largas rectas más o menos llanas, perfectas para rodar. Ya de salida observé que hacia un poco de viento, pero no le dí mayor importancia. En cambio, viendo la facilidad con la que movía el plato y desarrollos duros manteniendo la cadencia alta, iba pensando eso que todos los ciclistas hemos osado pensar alguna vez... Qué bueno soy...; con dos salidas cómo muevo el plato ya...; el que tuvo retuvo...; podría haber sido profesional...; etc,etc...
Así estuve durante unos 45 minutos más o menos, en que decidí dar la vuelta para volver por el mismo sitio, ya que eran las 19:30 y pronto anochecería. Fue en ese momento cuando me dí de narices con el señor Eolo, que me puso en el lugar que me corresponde de inmediato, de tal forma que lo que a la ída era facilidad y velocidad, a la vuelta se convirtió en sufrimiento y preocupación porque se echaba la noche encima. La velocidad media cayó en picado, y llegué a casa con el "Tío del mazo" (Alix dixit) pisándome los talones.
Menos mal que el viento es un fenómeno meteorológico por el que tengo debilidad; me gusta sentirlo en la cara, su sonido, su fuerza... Debe ser por mis tiempos de windsurfista. El caso es que jamás, y esta vez no va a ser distinto, jamás decía, me quejo del viento. Citaré otra vez a Alix por aquello de que el entrenamiento duro en condiciones adversas vale doble; lo que tú entrenas y lo que el rival no entrena. Aunque en mi caso, mi mayor rival soy yo mismo.
Por mí puedes seguir soplando Eolo...
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